Sociología Obrera

martes, 4 de julio de 2006

Democracia y modernidad: fundamentos de la organización política burguesa

Los distintos estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrolladas que en otros en el sentido capitalista. Tienen también, por tanto, ciertos caracteres esenciales comunes. En este sentido, puede hablarse del “Estado actual”, por oposición al futuro, en el que su actual raíz, la sociedad burguesa, se habrá extinguido[1].

Importa aquí advertir que todas las prácticas “modernas” contienen dos impulsos, el aumento de la autonomía y el de la ampliación del dominio racional, y que ambos significados pueden incorporarse a todas las prácticas sociales convertidas en hábitos en todas las instituciones modernas[2].

Se ha hablado de
Modernidad Tardía, Tardomodernidad y / o Posmodernidad, e incluso de Neomodernidad, siguiendo a J. Habermas; pero en síntesis diremos: “por boca de éste, por ejemplo, que el proyecto moderno no se ha cumplido y por tanto puede ser reconstruido para que, dentro de las limitaciones correspondientes y sin soberbia, se puedan mantener parte de sus postulados los que permitirán, si se desarrollan, mejorar las condiciones de existencia del hombre en el mundo”. Así, el proyecto moderno no estaría caduco, sino que tendría que ser repensado y limitado, omitiendo excesos. Por cierto, que se ha desarrollado con mayor fuerza y, coincidentemente, también, después que se ha creído agotado el tema del /a/ Modern /ismo/ /dad/ y especialmente en América latina[3].

Lo que en contrastación con el profesor Rosas pensamos es que está búsqueda, tanto intelectual como ideológica, por “las raíces de la modernidad” obedece a un conjunto de pretensiones sociales que en el marco de nuestro continente se hacen expresiones de la necesidad objetiva de la sociedad de “democratizarse radicalmente”, como contratación a los proyectos democráticos realizados a lo largo de América Latina, en donde las explosiones sociales se han vuelto “pan de cada día”.

Esta crisis orgánica que sufren los gobiernos latinoamericanos se expresaría, según el profesor Rosas en que hoy en día:

“Nos vemos enfrentados a un nuevo tiempo y a un nuevo modo de vivir en/el mundo, por lo tanto no basta con replantearnos frente a esta realidad, sino que se hace necesario un cambio de actitud y un denunciar activo de la crisis de la modernidad para refundarla "neo-mentemente" y no sólo reescribirla como cualquier "neo", sino como aquel tiempo que se adviene re-
evolución, no en la universalidad, no en la identidad unívoca, sino en la pluralidad de aquella conciencia que se va adaptando a una nueva sociedad heterógena y multimediática al servicio de un nuevo hombre y mujer que viajan en este mundo, siendo parte de él y en él, "modernizando" para alcanzar la libertad y la felicidad”[4].

La verdad es que ésta conclusión extraída del análisis del profesor J. Rosas nos recuerda la decadencia, no sólo de un discurso intelectualista como el de la modernidad, sino que la base ideológica y discursiva del régimen político “democrático”, el cual a través de la desvinculación de sus prescripciones (pseudo)metafísicas, como “todos los hombres nacen iguales”, etc., han desembocado en una crisis de legitimidad
[5] en donde la incapacidad del neocapitalismo para adaptarse a las necesidades de su población y, asimismo, la incapacidad de la población para poder adaptarse a los objetivos de una economía mundializada y cuyo funcionamiento se articula en la búsqueda especulativa de ganancias por parte de la transnalización de las empresas corporativas son parte de éste conflicto dialéctico entre intersubjetividad y objetividad institucional.

La visión optimista neoliberal de la existencia de un mercado autónoma, donde la forma deliberadamente ideológica y genérica en que se promovió (y se promueve) la democracia desde el capitalismo, se basa en la tesis de la interrelación entre economía de mercado y democracia; la democracia de elites y democracia como forma de legitimación y dominio frente a la lucha por las libertades políticas propias de la “república democrática”.

En su fase actual, el capitalismo ha necesitado introducir la regulación estatal para continuar su supervivencia
[6]. Es lo que creemos entender cuando Claus Offe se refiere a que:
“En cualquier momento y en cualquier sociedad dada, hay siempre una configuración "hegemónica" de los temas que, en general, se considera que merecen tener prioridad y ser tratados como centrales, y respecto a los que se mide ante todo el éxito y el progreso político, mientras que otros quedan marginados o se consideran como completamente "extraños" a la política. La teoría de la modernización ha tratado de construir secuencias de desarrollo en las que aparecen temas como construcción de la nación, ciudadanía, participación o redistribución, afirmándose que se desplazan del centro hacia fuera y de fuera hacia el centro de lo político con una cierta secuencia temporal”.

La incorporación de una serie de “temáticas”, y los giros históricos en política estatal, no sólo en América Latina, sino que a nivel mundial, nos entregan la experiencia de que la concepción instrumental de “hacer política” o “lo político” se ha ido modificando de acuerdo a procesos sociales donde las contradicciones sociales se han hecho cada vez más graves, y en donde el conflicto entre grupos de interés en el sentido de este modelo conduce a cambios en la estructura de sus relaciones sociales, a través de los cambios en las relaciones de dominio
[7]. La necesidad de que los intereses de la clase dominante vayan acompañadas de todo un proceso de generación ideológica, “porque cada nueva clase que reemplaza a la clase anteriormente dominante se ve obligada, simplemente para conseguir sus objetivos, a presentar sus intereses como intereses comunes de todos los miembros de la sociedad, es decir, a dar a sus ideas la forma de universalidad y a representarlas como las únicas racionales y universalmente válidas[8]. En este sentido “lo político” y la priorización de ciertas “temáticas”, van de la mano de una estabilidad para asegurar el dominio, considerando las condiciones de explotación y desigualdad existentes en la sociedad y las consecuencias que ésta podría implicar en términos de “sublevación” o reacción frente a la política anárquica del modo de producción (el capitalismo como máquina de la distribución y de seguridad social[9]).

El capitalismo tardío, entonces, es el que organiza el mercado utilizando al Estado como un mecanismo más. De manera que, según esto, los beneficios son adjudicados al mercado y las pérdidas son asumidas por el Estado. Por tanto, el Estado deviene en un mecanismo de equilibrio económico y social. Pero, las fluctuaciones y oscilaciones de la economía especulativa supondrán la existencia de una permanente y continua crisis, ya que las contradicciones en el modo de producción anárquico que presenta el capitalismo no está en directa relación con el bienestar del conjunto de la humanidad, ni tiene una planificación organizada de la producción, sino que presenta la propiedad privada y la plusvalía como ejes centrales de su existencia.

La democracia, como régimen político, ha creado modelos a través de los cuales las contradicciones sociales han tratado ser acalladas y disimuladas, en donde la intervención externa derivada de los procesos de socialización “disparados” por el desarrollo capitalista, imposibles de compensarse por mecanismos de intercambio, generó un “desplazamiento” de la subordinación positiva a la necesidad de un tipo de subordinación negativa -menor intervención-, dados los problemas de auto-obstrucción acumulativa (o problemas de “segundo orden”, es decir políticos) como, por ejemplo, las crisis fiscales o la irracionalidad de las decisiones en el ámbito burocrático-administrativo.

Además el que toda Constitución de derechos, etc., resulte, cuando se la lee con cuidado, no poseer ningún significado preciso, y esto porque la cadi totalidad de su texto se distribuye entre los siguientes tipos de formulaciones:
a) Prescripciones (pesudo) metafísicas, como: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales dignidad y en derechos. Están dotados de razón y de conciencia, y deben obrar los unos con para con los otros con espíritu de fraternidad” (Declaración Universal de los Derechos del Hombre, artículo primero).
b) Empleo de conceptos cuyo alcance puede determinarse según las conveniencias de cada caso, por ejemplo todo individuo tiene derecho a “la libertad” (Decl. Univ. , Artículo tercero); ningún humano puede ser sometido a “tratos crueles, inhumanos y degradantes” (Art. 5); o bien cuando se dice “las justas exigencias de la moral”, “del bienestar”, etc.
c) Reconocimiento de ciertos “derechos” y “libertades” en forma tal que es la vez negación de los mismos. A este respecto es muy socorrida la formula “dentro de lo establecido por la ley” o “en la forma que la ley determine” (concepto frecuente de la propia Decl. Univ.) sin que se diga qué es lo que puede admitirse que la ley determine, de modo que los pretendidos “derechos” y “libertades” no quedan confirmados en medida alguna; o bien, lo que es lo mismo, que a uno no pueden hacerle tal o cual cosa “arbitrariamente” (también en la Decl. Univ.).

El hecho de que el constitucionalismo burgués ha encontrado en su propio terreno la manera de escamotear aquella forma política (la “república democrática”) a la que el mismo tendría que conducido en un desarrollo lógico, pero a la que sólo hubiera podido conducir realmente en el imposible caso de que la burguesía no se hubiese encontrado a la defensiva tratando de consolidar su dominio y, a la vez, tratando de que las demás clases de la sociedad dominen.

La democracia implica tan sólo la igualdad formal, ya que la sociedad capitalista, considerada en sus condiciones de desarrollado más favorables, nos ofrece una democracia más o menos completa en la república democrática. Pero esta democracia se halla siempre comprimida dentro del estrecho marco de la explotación capitalista y, por esta razón, es siempre, en esencia, una democracia para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos
[10]. La “república democrática” no se cumplió nunca; sin embargo, como idea, es real en el sentido de que todas las formas políticas a las que la burguesía dio origen se piensan a partir de aquella idea, la cual es, por lo tanto, el fundamental concepto político (efectivamente actuante en la historia) de la burguesía[11].

La decadencia del ciclo político neoliberal constituye una tendencia tanto política como económica. A raíz del debilitamiento de los viejos regimenes dictatoriales de la década de los setenta, la democracia liberal disfrutó en toda la región de un vigor renovado, basado en la legitimidad popular y en el prestigio intelectual. Esta dotación inicial de prestigio y legitimidad se ha visto desgastada y socavada por los fracasos económicos y por la incapacidad del sistema político actual de complacer las demandas populares de cambio
[12]. Este es le escenario y contexto histórico en que se desarrollan la reconceptualización de la educación: un conflicto permanente entre negaciones histórico concretas que se manifiestan en crisis generalizadas de la democracia liberal.

Notas

[1] V. I. Lenin, El Estado y la Revolución. Ed. Nuestra América. 2004. Pág. 86.
[2] Peter Wagner. Sociología de la Modernidad, Ed. Herder, S.A. Barcelona 1997. pág. 61
[3] Jorge Rosas Godoy (Neo) modernidad. Una aproximación o una denuncia para una nueva teoría crítica para América latina. http://www.monografías.com/trabajos/jmrosas2.shtml. Facultad de filosofía y humanidades. Escuela de postgrado. doctorando en literatura chilena e hispanoamericana. Universidad de Chile.
[4] Ibíd..
[5] "Por legitimidad entiendo el hecho de que un orden político es merecedor de reconocimiento. La pretensión de legitimidad hace referencia a la garantía -en el plano de la integración social- de una identidad social determinada por vías normativas. Las legitimaciones sirven para hacer efectiva esa pretensión, esto es: para mostrar cómo y porqué las instituciones existentes (o las recomendadas) son adecuadas para emplear el poder político en forma tal que lleguen a realizarse los valores constitutivos de la identidad de la sociedad. El que las legitimaciones sean convincentes o que la gente crea en ellas es algo que depende, a todas luces, de motivos empíricos”. Jurgen Habermas
[6] Partidos políticos y nuevos movimientos sociales. http://www.insumisos.com/biblioteca
[7] “Para poder oprimir a una clase, es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento”. Manifiesto Comunista. Carlos Marx y Federico Engels
[8] Karl Marx y Federico Engels, La ideología alemana, Edit. Pueblos Unidos, Montevideo, 1959. pág. 36
[9] “Los ejes de desigualdad constituyen una lista en principio abierta, en la que sin duda entran las desigualdades de clase (relacionadas con el mercado de trabajo y la distribución de la riqueza y los recursos) y de género , pero también otras ya existentes (de edad, étnicas, etc.) o que pueden ser propiciadas por la propia política social (desigualdades en cuanto a los derechos sociales, de ciudadanía, etc.), retomando así el argumento de los efectos « constituidores» de desigualdad que ésta puede tener. Además, empíricamente se trataría de ver si una política social concreta (o una medida de política social) arroja un saldo igualizador, reproductor o polarizador en torno a determinados ejes de desigualdad”. Reflexionado sobre las relaciones entre política social y estructura social. José Adelantado y José Noguera. Universidad Autónoma de Barcelona. Depto. De Sociología. Seminario de Análisis de las políticas sociales. http://www.bib.uab.es/pub/papers/02102862n59p71.pdf.
[10] V. I. Lenin, El Estado y la Revolución. Ed. Nuestra América. 2004. Pág. 87.
[11] “cuanto más una formación social – una clase dominante – ha agotado su tarea histórica y está puramente a la defensiva, tanto más es incapaz de proceder según sus principios, aunque esos principios sean los suyos propios”. De la revolución. F. Martínez Marzoa. Alberto Corazón Editor. España, 1976.
[12] James Petras. Neoliberalismo en América Latina, la izquierda devuelve el golpe. Ed. Homo sapiens ediciones. Rosario, Argentina. 1997. Pág. 60.

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